martes, 20 de diciembre de 2011

ESPEJOS


Diez y media de la mañana. Muy lejos, en Japón, el Barça comienza una nueva exhibición de fútbol. En su última vuelta de tuerca, Guardiola ha renunciado a la figura del delantero clásico y casi prescinde de la del especialista defensivo. El equipo que presenta ante el Santos se parece mucho al que cualquier niño de nueve o diez años habría elegido. Guardiola junta a todos los buenos, los pequeñitos, los que saben tocarla. Un equipo que la inmensa mayoría de entendidos habría ridiculizado hace unos años pero que hoy nadie se atreve a despreciar. A fuerza de títulos, el Barça ha desmentido la máxima tramposa que obligaba a elegir entre jugar bien y ganar demostrando que pueden hacerse las dos cosas. Incluso llegar a la excelencia en ambas.

Las doce de la mañana. El Tenerife se presenta sobre el césped del Heliodoro. Un ambiente triste y desapacible saluda a un equipo que representa la otra cara del mismo deporte. El Barça enseña el camino pero muchos no se dan por enterados. El entrenador del Tenerife ha preparado otra de esas alineaciones apegadas a la ortodoxia futbolística del doble pivote y el delantero centro potente. “Estamos en Segunda B”, dicen todos. Poco importa que el Tenerife sea uno de los grandes de la categoría, que reciba a su rival en un campo de 107 X 70, ideal para imponer la superioridad técnica, o que el contrincante de turno, el Marino de Luanco, ronde los puestos de descenso a Tercera División. Cualquier excusa es buena para seguir enrocándose en las fórmulas de siempre.

A las doce de la mañana el Barça ya celebra en Yokohama su enésimo monumento al fútbol. De las últimas dieciséis competiciones, ha ganado trece. Aunque su dimensión es muchísimo mayor que la de una deslumbrante colección de títulos. El Barça es ante todo la sublimación de un deporte centenario. La evolución definitiva del juego impulsada desde el inconformismo y la fidelidad a un estilo. Un libro abierto para el que quiera aprender sobre la esencia del fútbol. El equipo de Guardiola enseña que no hay mejor defensa que conservar la pelota. Que la presión más eficaz no se consigue juntando futbolistas físicos si no adelantando líneas sobre la salida del balón del rival. Que la apuesta más agradecida es la del estilo y la cantera.

Las dos de la tarde. La gente abandona el Heliodoro entre decepcionada y resignada. Una vez más, el Tenerife ha demostrado que su adaptación a la categoría es perfecta. Definitivamente el equipo se ha mimetizado con la vulgaridad de lo que le rodea. Si el Barça ha llegado a la excelencia desde la heterodoxia y el atrevimiento, el Tenerife se hunde en la mediocridad aferrándose a las recetas clásicas de la Segunda B. El club y el equipo encuentran innumerables coartadas para huir del atrevimiento y la imaginación. El ejemplo del Barcelona es demasiado lejano e inalcanzable para Calderón y sus superiores. Puestos a buscar espejos, se sienten más cómodos y seguros en el reflejo de sus vecinos de categoría que con la luz que alumbra el fútbol mundial. Y mientras todo esto ocurre, la herencia del mejor Tenerife de la historia se pudre en alguna esquina de la memoria de la gente. 

Artículo del periodista lagunero JOSE ROJAS.

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