El tiempo discurre con extrema celeridad. El próximo 6 de mayo harán diecinueve años desde que se produjo la pérdida de uno de los deportistas más queridos en nuestra tierra, el panameño Rommel Fernández. Casi sin darnos cuenta, con la errónea impresión de que no hace tanto desde aquella jornada triste, la de su fatal accidente de carretera, ya han transcurrido casi cuatro lustros. Pero con todo ello, el grato recuerdo que dejó aquel futbolista entre nosotros permanece vivo en la memoria popular.
Tenemos que remontarnos más atrás en el tiempo, hasta el año 1986, para situarnos ante el instante de su llegada a la Isla, en los meses de verano, con motivo de la celebración del Mundialito de la Emigración. Fue en aquella competición, celebrada en varias localidades del sur de Tenerife, donde Rommel ofreció sus primeros destellos como delantero llamado a brillar en el fútbol profesional. Acabó siendo el segundo máximo goleador del torneo y llamó la atención de los técnicos del Tenerife. Pero hasta entonces era un auténtico desconocido.
Al frente del club representativo estaba Javier Pérez, caracterizado siempre por su capacidad para apreciar una oportunidad de éxito. ¡Qué ojo tenía el recordado presidente blanquiazul! Llegado al club en una época llena de dificultades, sin un duro para nada, hay que ver cómo elevó a la entidad hasta cotas inimaginables por aquel entonces. En este caso, no dudó en hacerse con los servicios del jugador, al que puso en manos de los entrenadores, para que fueran ellos quienes sacasen de él lo mejor del delantero que llevaba dentro.
En un par de años, Rommel se hizo con un hueco dentro del equipo titular, que estaba por hacernos vivir una de las mayores alegrías que recuerdo como aficionado tinerfeñista: el ascenso a Primera División de 1989. Porque nunca podré olvidar aquella promoción disputada con el Betis Balompié, de la que salió victorioso nuestro equipo, donde Rommel Fernández ya era una de sus figuras indiscutibles. Seguramente, el jugador más querido de Tenerife, su “islita”, como él mismo la denominaba.
Teníamos la misma edad. Y puede que esta circunstancia nos ayudara a sentir la vida de manera parecida: con alegría, siendo optimistas y convirtiendo las dificultades en retos. Pero además de ello, en la relación que pude mantener con él, siendo yo consejero de Deportes del Cabildo Insular, aprecié en Rommel esa proximidad con los demás que le distinguió durante sus cinco años que pasó con nosotros. Fue seguramente su gran virtud, fruto de la humildad adquirida en el ambiente familiar, en el barrio panameño de El Chorrillo, vinculado para siempre con Tenerife, a través de su figura.
Lejos de envanecerse por el peso de la fama, cuando ya era un futbolista de Primera, Rommel fue capaz de conservar esos valores personales que le hicieron grande, querido y reconocido. Así se entiende que cada año, al llegar estas fechas, todos le recordemos con el cariño merecido, tal y como se manifiesta en el homenaje que se le rinde en el Estadio santacrucero, donde quedó inmortalizado en un mosaico con su imagen feliz en la celebración de un gol.
Artículo de JOSE MANUEL BERMUDEZ ESPARZA
Alcalde de Santa Cruz de Tenerife
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